Mi verano siempre fue el barrio,
la cuadrícula de mi memoria:
la parroquia y la explanada,
la vía del tren y los solares,
tantos sitios insignificantes.
Las tardes de fragorosa luz,
compartía con las lagartijas
sus espacios despoblados;
en su persecución, descubría
sentinas y vergeles ignotos,
que nadie más, probablemente,
supo o quiso hallar.
Durante el verano, mi barrio
era cegador y supletorio.
Pasé demasiado tiempo
escarbándome en la batida,
pertrechado de quimeras
regulares como los solsticios.