Inútil como un palafrén,
aguardaba el rescate
quimérico del párvulo
de mil novecientos
setenta y dos.
De su nublo colegio
evocaba el aroma
de las higueras del patio,
esa luz pletórica
y aquella pinocha
por la que pudo ser pirata.
Había que saltar el regato
de los desagües
para completar una vuelta
al mundo fortificado.
Y trepar a las barandas
para conquistar la libertad.
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