Dar un respingo,
estar de pronto
en el nivel de fábula
donde los sueños,
todos, se cumplen.
Apurar la catarsis
cuanto se pueda,
no vaya a ser
que nos estallen
las arterias de pánico.
No valen trucos
ni sucedáneos.
Y regresar a casa,
nunca muy tarde
y recompuesto,
con los pies emplomados,
sucios de brasas
del tabernáculo.
Se hizo larga la espera.
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